Todos queremos dormir…

Ángel Fernández, psicoanalista: “Todos queremos dormir, y el análisis nos conduce al despertar”

En diálogo con este diario, el reconocido docente de la UNR se refirió a la singularidad del malestar en la cultura actual y a los ámbitos de pasión que pueden construirse para

enfrentarlo.

Por Andrés Mainardi
Sábado 01 de Enero de 2022

Parafraseando a Raúl Scalabrini Ortiz, Ángel Fernández no es un hombre que está solo y espera. Aquella figura mítica del analista sentado en su sillón bajo el aura de una luz tenue y de fondo el tic-tac del reloj no es, al menos, la versión que esta entrevista busca retratar.

La hipótesis central de esta conversación es que hay tres lugares ideales para cruzarse con él: el bar, la librería o la calle. Son estos tres puntos abstractos, y a la vez concretos, donde se lo puede encontrar en acción. Algunas veces solo, otras rodeado de gente, pero siempre con una postura particular: algo tiene bajo el brazo. Ese gesto puede venir de sus primeros pasos como vendedor, atendiendo el kiosco de su familia antes de imaginarse ser quien es hoy, o tal vez tenga algo que ver con su rol de comerciante en sus primeros trabajos juveniles.

Lo más importante de ese objeto que persuade la vista −puede ser un libro, un apunte, una botella de vino o algún alimento− es que hay algo que se pierde más allá. Ese objeto es una distracción. Nunca es lo que tiene en sus manos lo que tiene para ofrecer, sino más bien lo que tiene en sus oídos: lo que escucha es su caballo de batalla.

Cruzarse con Ángel en un bar, una librería o caminando por la calle es preguntarse por lo que el otro tiene para decir más allá de lo que uno cree interesante. Esa pregunta, no sobre lo que tenemos para decir sino más bien lo que tenemos por escuchar, no es generosidad vana, es el oficio de este entrevistado.

 

 

¿Cómo te definirías en el pasado, cómo te ves en el presente y qué proyectás en un futuro?

−Me veo como uno más de la generación del 70. Uno más de los nacidos cuando todo terminaba. Entre la dictadura de Onganía y la de Videla, ahí estábamos todos como cuenta Charly García en su primer disco solista: absolutamente encerrados. Ese disco sale en el 82; es un buen relato de la época, una narración no solamente de lo que le pasaba a cada uno sino de toda una generación: ir y venir sin ninguna dirección, de un lado al otro, rebotando en la encerrona. Yendo de la cama al living es la narración más extraordinaria que yo escuché del pasaje de la muerte de la dictadura a la vida en democracia, desde el encierro individual a la zapada colectiva, es decir, hay que cantar de nuevo una vez más, con toda la ambigüedad que conlleva esa expresión en ese contexto. En esa época me veo como un analizante, como alguien que fue a buscar a alguien con quien hablar. Ahora me veo como un tipo laburante y agradecido, y también analizante, no se abandona esa posición. Es una posición política, no una posición militante, una vez que la agarraste no sé si la vas a soltar, o mejor dicho, no sé si ella te va a soltar a vos. En el futuro me imagino generando ámbitos de pasión para el psicoanálisis, buscando popularizar sin vulgarizar, insistiendo en convertirlo en un asunto de debate público.

¿Qué pensás de la época que estamos viviendo?

−De la época se habla mucho y hablan casi todos. Que se diga algo es otra cosa. Es como una gran vedette donde el narcisismo y la imagen tienen un lugar privilegiado. Esta es una época que se la pasa hablando de sí misma todo el tiempo, como en otro momento se hablaba del pasado, o como cuando yo era chico que se hablaba de los años 2000 y el futuro, ahora hablamos de nosotros mismos, pero desde un punto de vista de una creciente mercantilización del lazo social. En este contexto el psicoanálisis es como una especie de reserva poética.

¿Qué lugar tiene esa reserva poética en el presente?

−La reserva poética está en el dispositivo mismo, en la lógica que se da entre analizante y analista. Freud dice que hay que suspender un poco la mirada del otro para que pueda aparecer algo de la verdad de cada uno. Ahí aparece el diván. También dice que las palabras no son gratis, que cuestan vida, por eso propone pagar por ellas. Encima, a cada sesión hay que asignarle un tiempo específico, porque el inconsciente sueña con la eternidad y a ese sueño hay que cortarlo de algún modo. Después, va a haber una serie de entrevistas preliminares donde puede llegar a aparecer una implicación subjetiva, es decir que alguien pueda reconocer su participación en el malestar que denuncia. Esas cuatro condiciones son tan importantes porque interrumpen el goce, que si vos te fijás se articula con las promesas de satisfacción del presente: que todo es gratis, eterno, igual a mí y de cualquier manera. En esa interdicción reside una reserva poética del psicoanálisis: abrir un lugar para tomar distancia de los ideales de la época.

Es decir que el psicoanálisis es incómodo para el presente…

−El psicoanálisis no busca la incomodidad. La incomodidad se produce porque todos queremos dormir y la experiencia del análisis nos conduce al despertar. Incluso a despertar del sueño de despertar. Entonces, a cualquiera que se lo despierte mientras está durmiendo, en su síntoma, su inhibición y su angustia, no le va a gustar. Cuando nos despiertan no nos gusta. Eso también nos pasa a los analistas, no solo al analizante. La ética del psicoanálisis pasa por el lenguaje. Yo siempre repito esa frase de Fogwill: “Ética es lo que uno se hace a sí mismo”, pero lo que uno se hace a sí mismo no es sin el modo de hablar, uno se hace cosas con lo que dice. Y uno no se entera que se hace a sí mismo cosas con lo que dice. Entonces el psicoanálisis es la ética del bien decir, porque uno se entera por la vía de una conversación en confianza, no en uno mismo, sino en su palabra ¿Qué es lo que te estás haciendo con lo que estás diciendo? ¿Cuál es tu participación en el desorden del mundo? Y esas preguntas pueden resultar incómodas, pero no es incómodo el psicoanálisis, incómodo es enterarse de la “racionalidad de la estructura”, como decía Oscar Masotta.

−¿Entonces el psicoanálisis es incómodo para la gente porque se entera de la participación que tiene en el presente, en la vida?

−Claro. El psicoanálisis no enseña cómo funciona el mundo, sino que te enseña cómo funciona el mundo gracias a tu participación y eso no quiere decir que vos hagas funcionar o seas funcional al mundo sino que formás parte de él. Nada más y nada menos. Entonces no te da lugar para hacerte el alma bella de denunciar el orden del mundo sin reconocer el lugar que ocupás en él. Esta es la gracia del psicoanálisis: usted dice y con eso que dice, hace algo. No es el psicoanálisis lo interesante, sino el descubrimiento del inconsciente.

−Parece que el psicoanálisis va a contracorriente de cómo funciona el mundo. Hay otras terapias que también funcionan o mejor dicho le hacen bien a la gente, una especie de higiene mental que está en boga, ¿el psicoanálisis entra o se separa de la noción de terapia?

−El psicoanálisis es un movimiento político, cultural y terapéutico por añadidura. Cuando Freud fue a Estados Unidos decía que llevaba la peste del psicoanálisis. Lacan verificó que fue al revés: la peste del american way of life desactivó el descubrimiento del inconsciente a favor de una ideología de la adaptación a la realidad, bajo la forma de la psicología del yo y los ideales normativos de la medicina. De ahí deriva el término terapia, lo que promueve una reducción del psicoanálisis a una terapéutica, es decir, al restablecimiento de un estado anterior de salud, previo a la enfermedad. Esta es la versión norteamericana. Pero el deseo de Freud plantea lo contrario. Dice que no hace falta ser médico para ser psicoanalista, incluso que la formación médica puede funcionar como obstáculo, eso está en un texto que se llama Análisis laico. El psicoanálisis no es volver a un estado anterior sino generar un estado inédito, algo que nunca existió antes del análisis.

−Y acá en Argentina, y en Rosario, ¿quiénes forman parte de ese movimiento político, cultural y terapeútico que vos nombrás?

−En Argentina primero lo marca Oscar Masotta y luego lo continúa Germán García con el libro La entrada del psicoanálisis en la Argentina, donde explica justamente esta confrontación que acá se da con la Asociación Psicoanalítica Argentina, que se fundó en 1942. García plantea justamente este problema, y él escribe un libro que se llama El psicoanálisis entre las vanguardias. Con la psicoanalista porteña Beatriz Gez presentamos este libro junto a otros colegas en el último Congreso de Historia y decíamos: Germán sitúa al psicoanálisis entre las vanguardias para no situarlo entre las terapéuticas, por eso cuando Freud dice el malestar en la cultura quiere decir que no está en la biología como propone hoy la neurociencia. Hay otro libro muy importante en esta línea que se llama Jacques Lacan, el anclaje de su enseñanza en la Argentina, escrito por Marcelo Izaguirre. Todos estos autores tienen en común el dejarse interpelar por la cultural y pasar del saber supuesto al saber expuesto: todos conocemos la figura del psicoanalista que parece sabérselas todas y que hace silencio para ocultar los agujeros de su saber. Y después están los que me interesan a mí: los que hacen el esfuerzo de conectar con los otros, los que hacen el esfuerzo de decir lo que saben y lo que saben que ignoran.

−Volviendo a Germán García, hace poco diste tres conferencias en la Plataforma Lavardén sobre él. Contá un poco cómo fue ese proceso, por qué “La gracia del margen”.

−Es un anagrama con su nombre. Apunta a lo que decía Hector Libertella, que había autores que mientras más periféricos eran, más centrales se volvían. Estas tres conferencias son una continuación inesperada de las cinco conferencias de psicoanálisis sobre Oscar Masotta en la librería Homo Sapiens. Fue decisiva la construcción de la “Constelación García”, que es un encuentro federal de psicoanalistas de Jujuy, Salta, Córdoba, Buenos Aires y Rosario para intercambiar experiencias de lectura en torno a ese encuentro marcado por la enseñanza y el estilo de Germán García, y a eso también sumarle el Curso Anual de Psicoanálisis, el cual fue copiado del curso que hacía Germán en Buenos Aires, yo fui y le dije, “mire le robé esta idea, le estoy copiando su curso en Rosario”, recuerdo que primero se rió un poco y después me dio algunas sugerencias que me sirvieron hasta hoy, que el curso ya lleva diez años. En mi caso lo conocí en el año 2000 y tuve una intensa relación de trabajo a través de entrevistas, encuentros radiales, presentaciones de libros, análisis de control, asistencia a sus cursos, etcétera. Esos veinte años de experiencia traté de sintetizarlos en tres conferencias introductorias y así abrir otra posibilidad de escucha y lectura de uno de los capitales culturales más importantes de nuestro país.

−Claro, ¿pero cómo fue armarlo? ¿Ya venías con algunas cosas pensadas, te llamaron, saliste a buscar a alguien?

−Me llamó Federico Frtischi, que estaba organizando algo en Plataforma Lavardén y nos pusimos a hablar sobre Charly García. Hace un tiempo yo había hecho Una introducción a Charly García hablando del primer disco, y también una columna en un programa de radio con él. Estábamos entre los dos García y nos decidimos por Germán. Para mí fue como saldar una deuda con él. La última vez que lo vi me dijo: “Vos no me chamuyes, hacé algo que a mí me pueda resultar interesante”. Fue una forma de agradecimiento al encuentro con él porque para mí fue un antes y un después. No sé si esto le interesaría tanto, yo creo que sí. Parafraseando al encuentro de Miller con Lacan, y con la debida distancia que merece, el encuentro con Germán fue, para mí, un comienzo en la vida.

−Y específicamente, ¿qué es lo que buscabas transmitir?

−Mi idea no fue hablar desde el lugar del sabio sino de un enamorado. Dar la mayor cantidad de información posible para acercar una obra al verdadero protagonista, que en este caso siempre conviene que sea la audiencia. Así, hacer que el protagonista no sea el conferencista sino que sea el referenciado. La idea es salir del extravío que siempre parece estar lleno de caminos pero cuando se encuentra algún rumbo te enterás de que no hay tantos caminos, que se hace camino al andar, y ahí la palabra de García es una brújula, porque es como si te dijera todo el tiempo: “Si confiás en el discurso, no hay problema, si confiás en tu yo estás perdido.”

−¿Y qué se hace cuando se está perdido? ¿Cuando no hay nada que nos venga bien o cuando nos sale todo mal? ¿Qué dice el psicoanálisis?

−Después de Freud, y esto se refuerza con Lacan, el saber cambia de lugar. No va a estar en el operador clínico, ni en el sabio, ni en el filósofo, ni en el rey, ni siquiera en el pueblo, sino que el saber va estar siempre en el otro. En el que se esfuerza por decir aquello que padece. El psicoanálisis nace de una exigencia femenina, una mujer le dice a Freud déjeme hablar y esa exigencia es reconocida en su dignidad. Esa es la dignidad del analizante, el que verdaderamente sabe aunque no sepa que sabe. Por eso Lacan le va a decir analizante y no paciente, porque subraya el lugar de actividad del que sufre, entonces el saber está en el que sufre y habla de eso, no en el psicoanalista que estudió mucho. El psicoanalista estudió mucho y está bien que lo haga porque tiene que sostener la hipótesis del inconsciente, pero no puede saber qué es lo que tiene cada uno y menos puede saber qué es lo que le falta. El analista elige no saber cuál es el bien del prójimo, a diferencia de todos los otros discursos que saben perfectamente cuál es el bien para cada uno: para el cura la salvación, para el médico es recuperar la salud, para el político es llegar a un estado ideal de una sociedad democrática, para el revolucionario es hacer la revolución, todos los discursos saben cuál es el bien del otro. El psicoanálisis no sabe cuál es el bien del otro, entonces lo que hace es invitar a una deriva, para que por la vía del mal, algo del bien aparezca. Entonces son dos giros, el primero es: el que sabe es el analizante y no el analista, y el segundo es que en el malestar en la cultura hay algo del bien decir del deseo. Esa es su consistencia, una consistencia frágil. Lo que para la psicología son desechos para el psicoanálisis son hechos. El sueño, por ejemplo, es un acto psíquico logrado, decía Freud, y así pone una razón en un lugar donde antes no se veía nada. Pero siempre tenemos que tener en claro que lo que importa no es el psicoanálisis sino la vida, la vida de las palabras que nos quedan por decir.

(Fotos, Celina Mutti Lovera)

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