El curso anual de psicoanálisis, durante 2019, estuvo enteramente dedicado al estudio de la figura del analizante. Alguien que partiendo de un sufrimiento singular y que por la mediación del deseo del analista puede convertir ese sufrimiento en un relato, en una conversación, con la que alcanza a obtener un saber sobre sus relaciones con el deseo y el goce.

Esta figura tiene mucho en común con otras como el lector, el enamorado, el paseante solitario, el poeta, el escritor, el militante y otras. A la vez es el extraño portador de una novedad crónica que actualiza la antigüedad del deseo indestructible. Ni solo ni acompañado, efecto de la invención freudiana del psicoanalista, el analizante protagoniza y soporta una experiencia original que es la experiencia del inconciente.

No ¿qué es un analizante? sino ¿qué dice y cómo dice un analizante la experiencia de ser hablado al hablar, de ser vivido al vivir? De este modo, captar a partir de las inflexiones de su voz algo de las estructuras elementales de la práctica analítica, del lugar del analista en su época y de la historia del movimiento analítico. El psicoanálisis, desde el diván, desde el discurso analizante del cuál provienen todos los analistas, tengan los títulos que tengan. Ese punto de partida difícil y democráticamente distribuido que es la miseria neurótica, lanzada a un esfuerzo de poesía en busca de un saber, un salto y una transformación subjetiva.

A distancia de cualquier pureza esencialista abrió una conversación (incluso literalmente, hubo invitados) con la poesía, la filosofía, la crítica literaria, la militancia política, la literatura; es decir, con una constelación de prácticas, escrituras y lenguajes para darle carta de ciudadanía a la figura del analizante en nuestra cultura.